martes, 1 de noviembre de 2011

DON JAIME RUIZ DE CASTELLBLANQUE, SEÑOR DE TORREBAJA.

A propósito de su detención y ajusticiamiento en Madrid 
por bandolerismo.[1]



I.- Consideraciones previas.
La designación de la actual plaza del Ayuntamiento de Torrebaja como plaza del Señor –nombre con el que todavía era conocida en tiempos recientes, pese a que su denominación oficial era plaza de Ramón y Cajal- corresponde a la época señorial (siglos XVI-XIX); cronológicamente, se relaciona con el momento fundacional, cuando los Ruiz de Castellblanque establecieron aquí su mayorazgo. De hecho, a principios del siglo XVII Torrebaja no era más que una alquería, finca, hacienda o posesión particular en la jurisdicción de Castielfabib, sin término ni delimitación propia. Los mismos señores de Torrebaja eran vecinos de la Villa, donde concurrían a los cargos públicos. Prueba de ello es que pagaban la peyta (tributo o contribución) por sus tierras y regalías a Castielfabib. A comienzos de dicha centuria los dueños de Torrebaja comenzaron a agregar algunas casas a las existentes en torno de la Casa Grande, con el propósito de alquilarlas a los colonos que trabajaban sus tierras en régimen de aparcería.[2]



Escudo de los Ruiz de Castellblanque en la ermita de San Roque de Torrebaja (Valencia).


Por este mismo tiempo, primera década del Seiscientos, tuvo lugar una sentencia judicial contra el señor de Torrebaja –don Juan Ruiz de Castellblanch- el cual pretendía jurisdicción sobre su territorio, cuando no la tenía, pues ésta correspondía a Castielfabib (1610).[3] El siguiente señor de Torrebaja –don Diego Ruiz de Castellblanque- hermano y sucesor por falta de sucesión del anterior, redactó su testamento en los años treinta del mismo siglo (1638). Por dicho documento conocemos la estirpe originaria del señorío de Torrebaja, incluyendo el nombre de sus padres y hermano, esposa e hijos. El registro contiene la primera delimitación de su propiedad, demarcación que corresponde con lo que habría de ser el futuro término municipal de Torrebaja, y las distintas disposiciones o mandas testamentarias, que nos introducen en la forma de vida y preocupaciones de un personaje de la pequeña nobleza en la primera mitad del siglo XVII.[4]
Entre los hijos de don Diego –Jaime, Francisco, Fernando, Cristóbal y Margarita- cabe destacar al mayor: don Jaime Ruiz de Castellblanque (1596-1672) -heredero del vínculo mayorazgo, el cual consta se convirtió en un peligroso delincuente y asesino-. El presente trabajo pretende ahondar en tan lamentable suceso, relacionándolo con la situación social y económica de su tiempo, a propósito del hallazgo de un documento inédito, donde se demuestra la negativa del rey –Felipe IV (1621-65)- a dispensar los delitos cometidos por el mencionado señor de Torrebaja y su hermano.
Vista parcial de Torrebaja (Valencia), desde El Rento (actualmente).
II.- Antecedentes históricos.

A mediados del siglo XVII los bandoleros campaban por el Reino de Valencia, aumentando en número y atrevimiento, hasta el punto que atacaron al propio virrey, a la sazón arzobispo de Valencia -don Pedro de Urbina y Montoya (1585-1663)- sin que le valiera la guardia “blau” que llevaba.[5] Los bandoleros valencianos solían ir siempre fuertemente armados, hacían alarde de valor, sin temor a la justicia y a los que se les enfrentaban. Las autoridades no podían con ellos, eran atrevidos y violentos, hasta el punto de ocupar pueblos enteros por algunos días. Los hombres de armas de la ciudad y la propia guardia del virrey eran insuficientes para vigilarles y detenerles.[6]

La causa de la proliferación del bandolerismo se ha visto en la situación de necesidad que venía padeciendo el reino, hasta el punto que 1651 fue conocido como “el año del hambre”. Incluso el Turia se desbordó a su paso por la capital, inundando calles y plazas. El grano y los alimentos escaseaban, la mendicidad aumentó, incrementándose también el número de pordioseros por las calles, a la vez que los ladrones y bandoleros, siendo su objetivo conseguir alimentos o dineros para lograrlos. Muchos vecinos murieron de hambre, pero otros no se resignaron y “armados con su navaja, aprovechando la oscuridad de la noche, asaltaban y desvalijaban a nobles y caballeros o a paseantes que circulaban por las calles”.[7]

En este contexto hay que ver el hecho de que muchos campesinos abandonaran sus tierras para sumarse a las bandas de salteadores. Algunos de dichos grupos se componían de hasta un centenar de hombres, sin que la justicia osara enfrentárseles. El ambiente de la ciudad de Valencia reflejaba dicha situación de miseria y violencia, acrecentando el número de gente que portaba armas: de ahí el aumento de peleas, heridos y muertos. Los bandoleros no respetaban nada, ni lugares sagrados (templos o conventos) ni personas (viajeros o lugareños), tampoco a la nobleza. El clima de violencia desatado por la situación social y económica invadía el Reino, afectando a todos los estamentos. Los vecindarios solicitaban de las autoridades que extendieran su vigilancia y un mayor castigo para los bandoleros y delincuentes, a los que nada parecía poder detener, pues los asesinos no eran comúnmente perseguidos. No obstante, el panorama descrito debe entenderse como algo puntual –limitado al ecuador del siglo XVII-; pues, investigaciones recientes, acerca de la realidad de las actuaciones y costumbres sociales, contradicen que el barroco fuera una etapa de extrema violencia -hasta el punto de considerarlo una época de transición-: en todo caso los delitos contra la vida y hacienda disminuyeron durante el periodo histórico.[8]


Vista de la plaza del Ayuntamiento de Torrebaja (Valencia), con la Casa Grande y el torreón de Los Picos al fondo (años sesenta).

III.- Acerca de don Jaime Ruiz de Castellblanque (1596-1672).
El testamento de don Diego Ruiz de Castellblanque fue abierto y leído en su casa habitación de Torrebaja, delante de sus hijos y herederos, el día 14 de mayo de 1643 –probablemente el mismo día de su fallecimiento-. En el sexto ítem, el testador declara que don Jaime Ruiz de Castellblanque, su hijo mayor y de su esposa, doña María Ana de Cabestani y Caballería, debía ser el legítimo sucesor en el vínculo de su mayorazgo y señorío del lugar de Torrebaja, con todos los bienes anejos. Al fin de sus días, le deberían suceder sus hijos y si no los tuviera, sus hermanos: don Francisco, don Fernando y don Cristóbal, por ese orden.[9]

Don Jaime había nacido a finales del Quinientos (1596), en el seno de una familia de la pequeña nobleza rural, asumiendo la titularidad del mayorazgo de Torrebaja a la muerte de su padre (1643), cuando ya contaba 47 años… Sin embargo, su carácter y aspiraciones debían ser distintos de las de su progenitor, un hombre temeroso de Dios, que vivió apaciblemente en Torrebaja y quiso ser cristianamente enterrado en la iglesia de su lugar: dentro de la Capilla mayor, frente al Santísimo Sacramento. Sin embargo, el nuevo titular del mayorazgo no pudo o no quiso dedicarse a su explotación, pues por distintas razones se dedicó al bandidaje. ¿Cuáles fueron las razones que impulsaron a don Jaime a echarse al monte, por qué se hizo maleante? Según parece, sus actividades delictivas comenzaron tras haber arrojado por un precipicio a un clérigo de nombre mosén Ignacio, “que había raptado a la criada de un tío suyo y robado las joyas familiares”. Por dicho crimen, y por haber acogido a unos bandoleros, “la justicia arrasó su casa en 1648 –ello se hizo sin proceso, lo cual era contrafuero-, tras lo cual se echó al monte”.[10] Siguiendo a García Martínez (1991), vemos que (la negrita es mía):
  • <Dos años después (1950) figuraba como miembro destacado de la cuadrilla de Alapont, en compañía de sus hermanos don Cristóbal y don Francisco, los también hermanos Gregori y Joan Monleón, asimismo oriundos de Torre Baixa, y otros forajidos de la zona de Ademuz>.

Manuel Alapont, natural de Algemesí (Valencia), era el jefe de una partida de bandoleros, que actuó durante el virreinato de Fray Pedro de Urbina (1650-52) y llegó a computar hasta 62 hombres.[11] Efectivamente, desde mediados del siglo, don Jaime ya figura en una crida o bando del arzobispo y virrey de Valencia (1650), como uno de los bandoleros más buscados:
  • <La parte ejecutiva de la crida se iniciaba con el pregón nada menos que de sesenta y dos bandidos considerados como los más peligrosos, destacando Manuel Alapont [...]; y don Jaume Ruiz de Castellblanch, señor de la Torre Baixa; por cada uno de éstos –vivo o muerto- se ofrecía 300 libras y tres hombres “fora de treball”, cifras que se reducían a 200 (libras) y dos (hombres) respectivamente para cada uno de los cincuenta y cinco bandidos menos famosos. La lista de pregonados, incluye en bastantes casos, el lugar de origen, permitiendo objetivar las zonas de irradiación del bandolerismo valenciano a mediados de la centuria [...] Figuran, en efecto, los focos tradicionales del litoral [...] y en menor proporción la Huerta valenciana [...]; pero no faltan bandidos procedentes de las zonas de montañosas del interior: Alto Palancia [...], Rincón de Ademuz (Torre Baixa, Vallanca) y Valle de Cofrentes...>.[12]
  • <Independizado pronto, Ruiz de Castellblanch asoló alternativamente –y durante más de veinte años- los reinos de Valencia y Aragón desde la espléndida plataforma del Sur de Teruel (Torrebaja), donde se daban las condiciones paradigmáticas para el arraigo del bandolerismo –montaña, frontera- y la consolidación de un “cap de quadrilla” –conocimiento del terreno, conexiones en la comarca- dobladas en este caso por la condición aristocrática y las circunstancias iniciales de su vida aventurera. Las postreras fueron, asimismo, dramáticas>.
 Vista parcial de la Casa Grande y torreón de Los Picos en Torrebaja (Valencia), que fue solar de los Ruiz de Castellblanque  (años cincuenta). 
IV.- Don Jaime Ruiz de Castellblanque pretende la remisión de sus delitos.
Existen dos documentos, ambos datados en Madrid, a 3 de mayo de 1657, cuyo asunto es una carta del rey Felipe IV al duque de Montalvo, su Lugarteniente y Capitán General de Valencia, indicando “no se trate de la remisión de los delitos” de don Jaime Ruiz de Castellblanch y su hermano; por el contrario, debe apresárseles y confiscar su Lugar (Torrebaja) y hacienda. Dicho registro dice a la letra:
El Rey/ Illmo, duque de Montalvo Primo mi Lugarteniente y Capitán General./ Hase visto una carta de 20 del passado en que res-/ pondeis al informe que os mandé pedir sobre la re-/ misión que pretende Don Jayme Ruis de Castellblanc/ (cuio dize ser del Lugar de la Torre baja) para si y un/ hermano suyo, y atendiendo a lo que me representáis/ ha parecido (justo) tratar destas remisiones y/ encargar y mandaros (como lo hago) que procuréis/ se prendan essos delinquentes y se les secuestre su Lu-/ gar y hazienda, haziendo (justicia) en todo lo que/ mira a castigar semejantes delictos como lo espero/ de vuestro zelo y cuidado. Dado en Madrid/ Al Illmo. Duque de Montalvo Primo mi Lugarteniente y/ Capitán General.[13]

Mediante dicho documento el rey se dirige al duque de Montalvo, en relación con una carta suya de 20 de abril, donde el Delegado real informa al monarca sobre la remisión que don Jaime Ruiz de Castellblanc pretende de sus delitos, para él mismo y un hermano. Pero el informe del Capitán General no debió ser favorable a la demanda del bandolero, por lo que el monarca le encarga y manda “se prendan essos delinquentes y se les secuestre su Lu-/ gar y hazienda”, con el propósito de hacer justicia, castigando así los delitos de bandolerismo y asesinato que pesaban sobre el señor de Torrebaja y su hermano.

V.- Ajusticiamiento de don Jaime Ruiz de Castellblanch.
Al no conseguir el perdón que pretendía, y a tenor de las fechas expuestas, vemos que don Jaime continuó su vida de delincuente durante una docena más de años. Confiadamente, sin embargo, don Jaime acudió a la Corte, donde fue prendido y procesado (1670):
  • <A finales de 1670 (don Jaime) pactó con unos soldados la entrega de Manuel de Córdoba, individuo de turbio pasado que vivía en Cuenca y cuyo hermano Antonio estaba siendo procesado por el Consejo de Castilla a causa del pretendido envenenamiento de don Juan José de Austria>.[14]
  • <Hízolo así el anciano bandolero, quedándose después en la Corte; prendido por unos alguaciles que faltaron a la palabra dada se le incoó proceso; inútilmente alegó el defensor que no se trataba de un rebelde sino de un hidalgo que –a la injusticia de los tribunales- había opuesto “reverente fuga”.>
  • <convicto de la responsabilidad más o menos directa en 180 asesinatos, el señor de Torre Baixa fue degollado en la Plaza Mayor de Madrid a los 76 años, el 14 de febrero de 1672>.[15]

Justificadamente, don Jaime Ruiz de Castellblanch aparece entre los hidalgos y caballeros valencianos ejecutados en el siglo XVII, figurando como “señor de la Torre Baixa” y siendo su crimen “bandolerismo”. Su vida traduce también la situación de crisis por la que atravesó el siglo, reflejando de alguna forma las dificultades económicas de la explotación agrícola del señorío de Torrebaja, además de la propia condición maleante y depravada de su titular. Asimismo, el ajusticiamiento de don Jaime emerge como uno de los más inquietantes, paradigma del turbulento discurrir del Seiscientos valenciano.
Como se ha visto, don Jaime no actuaba sólo, iba con sus hermanos menores, don Fernando y don Cristóbal. De facto, los tres figuraban como bandoleros en el bando de don Pedro de Urbina (1650). Ello resulta doblemente paradójico, pues en el testamento paterno se hace mención de don Francisco y don Fernando, conforme éstos “han tratado y tratan de entrar en religión y caballería de la orden de San Juan...”, indicando que fueran ayudados por el sucesor en los gastos de información que conllevara su ingreso; y si alguno se decidiera a entrar en religión, monacal o mendicante, hiciera renuncia de su legítima y demás bienes a favor de sus hermanos. Por lo que vemos, ninguno de los ellos entró en orden de caballería alguna, tampoco se decidieron por ser religiosos. Pues donde entraron fue en una partida de facinerosos, cuyo capitán y hermano acabó ajusticiado.


Litografía con la epresentación de don Jaime Ruiz de Castellblanque, señor que fue de Torrebaja, camino del patíbulo, sito en la plaza Mayor de Madrid, donde fue ajusticiado el 14 de febrero de 1672. 

VI.- El mayorazgo de Torrebaja tras el ajusticiamiento de su titular.
Tras el ajusticiamiento de don Jaime la situación del mayorazgo de Torrebaja debió quedar en entredicho, con el título retenido y las propiedades embargadas. Nada conocemos de la inmediata evolución del señorío. No obstante, apenas ocho años después, el sabio rector de Chelva, Mares Martínez (1680), dice: “Torre Baja, tiene 50 casas, a la misma ribera del Turia [...], es de don Juan Castelblanc”.[16] El nuevo señor -don Juan Castelblanc- debía ser pariente inmediato del ajusticiado, que rehabilitó el título de su vínculo y liberó la hacienda de sus predecesores.
Ya en el siglo siguiente (XVIII), las propias certificaciones de veracidad del testamento de don Diego muestran a don José Ruiz de Casltellblanque como nuevo señor de Torrebaja (1729).[17] Cuarenta años después, cierto documento de la Audiencia Real de Valencia dice de don Juan Ruiz de Castellblanque, caballero del hábito de Nuestra Señora de Montesa, definiéndole como: “Dueño del Lugar de Torrebaja inmediato a la Villa de Ademuz y vecino de Valencia...” (1769).[18] El mismo registro documental dice de don Jaime Ruiz de Castellblanque, “inmediato sucesor dueño de esta población (de Torrebaja) y apoderado del actual (señor)”.


A principios del siglo XIX –según noticia de Población del Reino de Valencia (1802)- el señor de Torrebaja era don Francisco Ruiz de Castilblanque. Torrebaja, territorio de primogenitura vinculado a un mayorazgo, permaneció bajo dominio señorial hasta la abolición de estos privilegios, hecho que se produjo durante el trienio liberal, el 27 de septiembre de 1820.

© Alfredo SÁNCHEZ GARZÓN.
De la Real Academia de Cultura Valenciana (RACV).



[1] Una versión resumida del presente texto se publicó en el Libro de Fiestas de Torrebaja (Valencia), celebradas en honor de los patronos –Santa Marina y San Roque- del 20 al 24 de agosto de 2009, pp. 9-13. Dicho artículo tiene su origen en otro de TORMO, J.L., Toda una vida consagrada al crimen, en: Nuestras Memorias y Otras Historias, El Mundo, domingo 27 de octubre de 2002, que me sirvió de referencia para la búsqueda historiográfica -bibliográfica y documental- en que se basa el actual.
[2] SÁNCHEZ GARZÓN, Alfredo. Del paisaje, alma del Rincón de Ademuz, Valencia, 2007, vol. I, pp. 355-359.
[3] El argumento de la sentencia se basaba en la propia y tradicional dependencia del lugar de Torrebaja de Castielfabib (Valencia), en la ausencia de término propio y en que los moradores de aquellas casas no eran vasallos, sino simples arrendatarios (aparceros o colonos) que habían devenido en esta situación libremente, mediante contratos de arriendo –no por la vía del poblamiento u otro tipo de acatamiento o subordinación-. Vid SÁNCHEZ GARZÓN (2007), pp. 309-312.
[4] SÁNCHEZ GARZÓN (2007), pp. 341-531.
[5] Fray Pedro de Urbina y Montoya, arzobispo de Valencia, juró su cargo como virrey del Reino de Valencia en el Palacio Real de la ciudad (1560), estando presente su predecesor, don Eduardo-Fernando Álvarez de Toledo. Vid Historia Viva de Valencia [HVV], Las Provincias, vol. II, Valencia, 1898, Año 1650.
[6] GUÍA MARÍN, Lluis J. La represión del bandolerismo durante el virreinato de fray Pedro de Urbina (1650-52), en: Primer Congreso de Historia del País Valencià: celebrado en Valencia del 14 al 18 de abril de 1971, vol. 3, 1976 (Edad Moderna), pp. 411-420.
[7] HVV, vol. II, Valencia, 1898, Año1651.
[8] PÉREZ LLORCA, Pablo. Reflejos en la cultura del seiscientos. La violenta agonía del héroe, en: Espills de Justicia, Edita Fundación de la Universidad de Valencia, Valencia, 1998, p. 163.
[9] SÁNCHEZ GARZON (2007), p. 343.
[10] GARCÍA MARTÍNEZ, Sebastián. Valencia bajo Carlos II: Violencia, reivindicaciones agrarias y servicios a la monarquía, Edita Ayuntamiento de Villena, Valencia, 1991, p. 166.
[11] GARCÍA MARTÍNEZ (1991), pp. 164-166. Citado por PÉREZ LLORCA (1998), p. 172.
[12] GARCÍA MARTÍNEZ (1991), p. 164.
[13] Archivo del Reino de Valencia [ARV], Real Libro 598, fol. 228r y 292v-293r.
[14] <Se trataba de una patraña urdida por Antonio de Córdoba, excapitán de caballos del ejército de Extremadura, acusado de un asesinato en Plasencia y de extorsión a una viuda en Madrid, confidente de don Diego Sarmiento de Valladares, mientras éste fue presidente del  Consejo de Castilla, a partir de mayo de 1668. Cuando, [...], Valladares fue nombrado Inquisidor General y tuvo que dejar la presidencia de Castilla al conde de Villaumbrosa en el otoño de 1669, Córdoba, [...], decidió entregarse a la justicia civil, siguiendo los consejos de su capitán el conde de Melgar. Desde la cárcel madrileña se dedicó a enviar anónimos a don Juan José de Austria, entre enero y marzo de 1670, avisando de una conjura para envenenarle en la que estaban implicados Melgar, tres miembros de la Junta de Gobierno de la monarquía que auxiliaba a la regente María de Austria –Valladares, Villaumbrosa, el Marqués de Aytona- y el virrey de Aragón, conde de Aranda. El enlace entre los conjurados de la corte y Zaragoza era –según Córdoba- el señor de la Torre Baixa, quien por medio de un criado llevaría el tósigo al justicia de Teruel para que éste lo hiciera llegar al virrey de Aragón. Don Juan llegó a creer la conjura o la utilizó como pretexto para deshacerse de Aranda –adicto a la Reina Madre y que estorbaba su actuación como vicario general de la Corona de Aragón- haciendo saltar, por medio de cien caballeros, la casa del virrey, prendiéndole y remitiéndole a Madrid. Indica (Gabriel) Maura Gamazo que Córdoba debió de conocer desde antiguo a don Jaime Ruiz de Castellblanch, puesto que en sus confidencias a Valladares lo citaba varias veces como “amigo y auxiliar” de don Juan de la misma manera que lo incluyó después como cómplice de sus presuntos asesinos, cuando “seguramente no fue nunca ni una cosa ni otra”> [Vid MAURA GAMAZO, Gabriel. Carlos II y su corte, Librería de F. Beltrán, Madrid, 1911-15, p. 100].
[15] El Consejo de Castilla exculpó al conde de Aranda y a los otros presuntos conjurados –incluyendo a don Jaime Ruiz de Castellblanch- del “envenenamiento” de don Juan José de Austria. Antonio de Córdoba fue ejecutado el 12 de febrero de 1671 y su hermano Manuel condenado a diez años de presidio en Orán.
[16] MARES MARTÍNEZ, Vicente. La Fénix Troyana, Segunda edición, Imprenta La Federació, Teruel, 1931, p. 194.
[17] SÁNCHEZ GARZÓN (2007), p. 349.
[18] ROMO ANDREO, Antonio. Pleitos tengas y los ganes, en: Ababol 13, 14 y 15 (1998) 7-11, 25-29 y 26-32.

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